De Buenos Aires a La Estaca (El Hierro). Apuntes de una travesía en solitario, o “como navegar con poco dinero ” -1-

20.11.2014 16:22

                                      

     Román Sánchez Morata

 

 

 

   DE BUENOS AIRES A LA ESTACA (EL HIERRO)

—contra los vientos alisios—

 

 

Apuntes de una travesía en solitario

o “como navegar con poco dinero ”

 

 

 

© Román Sánchez Morata 1998-2001-2013

 

 

 

 

 

I

 

ANTES

 

A modo de introducción

 

 

 

Cuando empecé esta aventura no pensaba llevar otro diario que el útil “Cuaderno de Bitácora” con las escuetas anotaciones de rigor. En el transcurso de la travesía se fue llenando de más y más anotaciones hasta que al final se convirtió en un diario de confidencias que me ayudaba a sobrellevar la soledad.

En los dos meses inmediatos al final de la travesía mecanografié, casi con total fidelidad, las páginas más interesantes del mencionado cuaderno añadiéndole algunos comentarios. Todo ello con ánimo de que constituyera el embrión de un relato. En los siguientes ocho años sólo trabajé en él de manera muy ocasional, hasta que finalmente los vaivenes de la vida hicieron que el año 1998 empezara con el ánimo dispuesto para la tarea y con el tiempo necesario para realizarla.

 

Antes de empezar a navegar de verdad, lo hice durante años en la imaginación gracias a libros de navegantes y viajeros. Soy y he sido lector impenitente de esta clase de obras. Todo lo que sé sobre la navegación a vela lo he aprendido de los libros y en la práctica, como autodidacta; así que he tratado de incluir todo aquello que eché en falta de tales obras e intentar no dar casi nada por supuesto para que esta obra pueda emplearse como una “Introducción a la navegación económica en solitario”. Probablemente no lo haya conseguido, pero espero que estos apuntes sirvan de alguna ayuda para aquellos que se hayan decidido a intentarlo.

 

Para los jóvenes de espíritu, espero que este relato les sirva de estímulo para soñar y navegar por los mares y de demostración de que para hacerlo, ni son necesarios costosos barcos ni sofisticados equipos, únicamente un ánimo esforzado, vocación de viajero y una cierta dosis de audacia.

Debo advertir por otro lado que para aficionarse a la navegación de altura, no es aconsejable hacerlo “contra los vientos Alisios”, sino más bien “con” o “a favor” de los mismos. Es muy probable que este mismo viaje, pero en sentido inverso, hubiese sido mucho más confortable y placentero sin tantas cuitas ni penalidades; aunque en ese caso probablemente hubiera habido poco que anotar en el Cuaderno de Bitácora y en consecuencia éste no hubiera sido génesis de lo que intento relatar.

La calidad literaria de este relato es lógicamente pobre pues el oficio de escritor no se improvisa, pero confío en que lo relatado vuelva indulgente al lector acerca de la manera en cómo se ha hecho.

Algunas de las reflexiones que se incluyen son posteriores al viaje, habiéndose gestado en el transcurso de su redacción. El texto alberga expresiones o palabras coloquiales que he respetado por entender que lo hacen más coherente; asimismo incluye algunas palabras en inglés de amplio uso en la náutica de todas las naciones. En general he respetado los topónimos en su lengua original.

 

En esta tercera versión del relato, he tratado de mejorar la redacción, conservando al mismo tiempo el estilo directo y fresco de la primera y segunda. También he subsanado algunos errores y he incluido algunas cosas —pocas— nuevas. 

 

 

 

“FINISTERRE”

 

Buenos Aires y Río Luján

 

 

 

En el mes de enero de 1989 me encontraba en un momento de toma de decisiones, llevaba ya más de dos meses en Barcelona y saltaba a la vista que no pintaba nada en la ciudad.

Después de más de dos años viviendo, viajando y navegando en barcos de vela, tenía bastante claro que eso era justamente lo que me gustaba y que volver a integrarme al ritmo de vida de la ciudad me resultaría en extremo penoso; así que antes de seguir acabando mi dinero de la manera más tonta, compré un billete de ida a Buenos Aires y me fui a hacer las Américas a mi manera.

En Argentina, debido a la situación económica, la inflación y el tipo de cambio, presuntamente sería fácil conseguir un barco barato. En ese caso, trataría de traerlo a Europa para venderlo con algún beneficio y así poder continuar con mis vagabundeos por el mundo; si por el contrario eso no fuere posible, quizás podría comprar alguna barca y remontar los ríos Paraná y Paraguay. Finalmente, en el peor de los casos podría hacer turismo por el continente. Cualquier cosa antes que seguir encallado en Barcelona.

 

De este modo, el día uno de febrero de 1989 partí hacia Argentina cargado al límite de los dichosos 20 kilos, que no es nada si uno carga con libros, tablas, sextante, radio y alguna que otra cosa imprescindible para la vida de trotamundos marino. El viaje en avión resultó bastante pesado por las muchas horas y el poco espacio disponible entre asientos —por algo era un billete barato—, con escalas técnicas en Madrid, Dakar y Asunción.  En el aeropuerto de esta última ciudad reinaba una cierta agitación, lo que no era de extrañar habida cuenta que el día anterior acababan de derrocar al incombustible dictador Stroesner. De camino a Buenos Aires, el avión sobrevoló el río Paraná, su delta y el Río de La Plata y a su vera, la inmensa ciudad que se extiende en la llanura y parece no tener fin.

En el aeropuerto de B. Aires cambio dinero y a priori el cambio aplicado me parece favorable. Como estoy muy cansado me someto voluntariamente al expolio de los taxistas y me hago conducir a la casa de la madre de un amigo argentino asentado en Barcelona. Resulta ser una amable señora que me interroga exhaustivamente sobre su hijo y sus nietos. Después de conseguir un hotel por teléfono y de recibir los agasajos de la simpática señora, dejo el grueso de mi equipaje y me voy paseando hacia el hotel, cerca de la Facultad de  Medicina.

 

Estoy unos días de turista en esta ciudad que me recuerda a Madrid; aquí estamos en verano y hace calor, sin embargo hay menos gente y pocos coches por lo que resulta más habitable. Todo me parece muy barato y me doy la gran vida.

Enseguida compro revistas de náutica y veo que sí, que puede ser posible hacerse con un barco por poco dinero. La mayoría de las embarcaciones se encuentran en una multitud de pequeños puertos a lo largo del río Luján, desde su desembocadura en el Río de La Plata hasta Tigre, a 40 kilómetros de Buenos Aires. Hay un tren de cercanías con estaciones de aspecto inglés a lo largo del río. Me la paso en el tren arriba y abajo viendo algunos barcos.

              

Un día, preguntando en una librería por el libro de la circunnavegación del navegante argentino Vito Dumas, conozco un joven dependiente al que también le gusta la navegación a vela. Le cuento mis proyectos y se contagia de mi entusiasmo; me dice que tengo que conocer a un buen amigo suyo, también navegante, que podría ayudarme y que, a buen seguro, estará encantado de conocerme. Dicho y hecho, voy a encontrarlo a su lugar de trabajo que resulta ser un fotomatón. Se toma un descanso, aprovechando que no hay clientes, y nos vamos a tomar un café y a charlar. Simpatizamos enseguida y nos entusiasmamos hablando de nuestra común pasión. Claudio, que así se llama este nuevo amigo amante del mar, me acompañará en la primera etapa del viaje, resultando un excelente tripulante y un magnífico compañero.

 

Pocos días después, en una pequeña marina cerca de la estación de ferrocarril de La Lucílla, se produce el flechazo: veo por primera vez al FINISTERRE, totalmente cubierto por toldos para preservar la madera del sol y, antes de descubrirlo y poder contemplar la cubierta y la superestructura, quedo totalmente prendado. El casco es hermoso y sus líneas sugieren rapidez, el mástil luce airoso y es bastante alto. Al retirar los toldos “Finisterre” aparece en toda su belleza. El espejo de popa, la brazola, los bancos de la bañera y la caseta están barnizados; el casco, la cubierta y el techo de la caseta están pintados de blanco. Un diseño clásico, pero atrevido; solido, pero al mismo tiempo fino; en fin, un barco maravilloso del que quedo enamorado. Un amor a primera vista.

Su interior está muy bien cuidado, es cálido y acogedor gracias a la madera. No es muy amplio, pero sí suficiente. Puedo estar de pie únicamente en la entrada, donde está la cocina que parece cómoda y racional.

La jarcia firme está en aparente buen estado. Su casco es de  construcción ligera con cuadernas de viraró y forro de cedro.

En la sentina hay dos dedos de agua; el marinero que cuida el barco me informa que achicó por última vez cinco días antes.

Tras una somera primera inspección, todo resulta estar aparentemente en buenas condiciones excepto los cadenotes —landas en Argentina— de los obenques; las tablas del forro exterior a su altura y cercanas a la cubierta están separadas, de manera que incluso puede verse la luz exterior desde el interior del barco a través de las costuras. Habrá que desmontar el forro interior para averiguar las causas de esta anomalía.

El barco, además de que me gusta horrores, cumple perfectamente los mínimos necesarios para navegar en serio.

Finisterre y yo somos casi de la misma edad, de modo que es seguro nuestro mutuo entendimiento. Me conviene y me decido, quiero que sea mío. No tengo el dinero que piden por él, así que hago una oferta sensiblemente más baja, a reserva de hacerle una inspección exhaustiva, una prueba en la mar y una inspección de su carena.

Es tan bonito y... ¡Me gusta tanto! Me paso todo un día soñando despierto hasta que la vendedora me llama al hotel y me cita al día siguiente para salir a navegar; el propietario está en principio de acuerdo con mi oferta, no me lo puedo creer, ¿será?

Al día siguiente conozco al Sr. Heredia, propietario del Finisterre, un capitán de la Marina Mercante retirado muy simpático. La prueba resulta muy accidentada, la vela mayor se rifa cosa de dos metros por una costura cerca del pujamen con lo que tenemos que tomar un rizo, resultando la maniobra de tomar rizos muy poco operativa. Más tarde varamos en uno de los numerosos bancos del río Luján, aunque afortunadamente una lancha de La Armada que pasa nos da un remolque y nos saca amablemente del atolladero. El foque que hemos aparejado no pinta nada bien, pero aun así remontamos bien el viento. Aunque la navegación es demasiado corta, las cualidades del balandro se entreven. Es suave de caña y parece estable de rumbo; el aparejo resulta muy equilibrado.

Entramos en otra marina para suspenderlo. La maniobra con el travel-lift es rápida y enseguida el barco está con la obra viva a la vista. Toda la obra viva parece en excelente estado. Volvemos a motor —también de esta manera maniobra estupendamente— mientras el propietario me habla de lo bueno y de lo malo del Finisterre. Después de atracar, le hago una inspección más a fondo y me decido. Cerramos el trato con un apretón de manos. ¡Ya tengo barco!

 

Finisterre fue diseñado por Germán Freers —padre— y construido especialmente para la regata Buenos Aires - Mar del Plata del año 1953, que parece ser ganó. Por tanto su construcción es ligera con cuadernas bastante separadas entre sí, pero con varetas intermedias y un sistema de diagonales de acero que le proporcionan más rigidez. Todo el costillaje es de viraró, madera muy dura y no muy pesada, pero que desgraciadamente es susceptible de pudrirse, al menos bajo los efectos prolongados del agua dulce. El forro es de tablas de cedro argentino de 25 mm, madera ligera, blanda e imputrescible. El claveteado del forro está constituido por remaches de cobre. El quillote es largo y bastante profundo, estando construido en macizos de lapacho, madera que tampoco se pudre, con una tonelada de plomo en su parte anterior; todo ello sujeto a la quilla con numerosos pernos de generoso diámetro en acero galvanizado. La mecha del timón es de bronce, estando la pala adosada al quillote. La apariencia de la obra viva es robusta y las líneas estilizadas. El casco es de formas en los extremos y de pantoques vivos en la parte central.

Según mis informaciones, únicamentese construyeron dos embarcaciones de este modelo denominado “Arpón”. Es un balandro aparejado a 3/4 o, más exactamente, con el estay guarnido a 4/5 por debajo del penol. La mayor a tope de palo y de considerable tamaño. El mástil, apoyado en la quilla, es de aluminio (originalmente era de madera) con un solo piso de crucetas y violín. La jarcia firme es de acero galvanizado de 6 y 8 mm.

Aunque originalmente no lo tenía, cuando lo compré estaba equipado con un motor diesel de un solo cilindro horizontal y 9 C.V. de potencia marca “Faryman”.

 

Eslora total                                                       9,78  m

Eslora de flotación                                            7,69 

Manga máxima                                                2,515 

Calado máximo                                               1,515  m                   

Desplazamiento                                               2868 Tm               

(A 05-04-1989 la eslora de flotación era de 8,25 m y el calado máximo de 1,70 m)


Mayor                    22.4 m²

Génova                 23,1 m²

Foque                   10,3 m²

Tormentín               3,4 m²


 

Esa noche duermo poco pues estoy sobreexcitado. A la mañana siguiente tengo un encuentro con el propietario y la vendedora en el despacho de un abogado, donde firmamos un contrato privado de compraventa; seguidamente efectúo el pago de 8.500 dolares USA contantes y sonantes al propietario y 425 a la vendedora (5%) [1 US $ = 114 pesetas o 0,69 €]. Don Paco el “ex propietario” me convence para que amarre mi barco en la misma marina donde tiene el suyo. Me brinda su ayuda para conseguir un buen precio y el libre uso de todas sus herramientas, que me facilitaran los trabajos que debo efectuar antes de hacerme a la mar. Nos despedimos y me voy directamente a casa de Claudio a hacerle participe de mi gran alegría. Lo celebramos adecuadamente con varias botellas de tinto.

 

Al siguiente día de mañanita dejo el hotel y me dirijo al Finisterre donde ya está esperando don Paco Heredia para acompañarme en el traslado de una a otra marina. Estoy que no quepo en la piel. Es la primera navegación como patrón de mi flamante barco; apenas media milla río arriba a motor, pero disfruto el momento intensamente. Atracamos en la “Marina del Sol” proa al muelle y con amarras de popa a sendos pilares clavados en el fondo. El hermoso queche “Chango” de D. Paco se encuentra justo por la popa, en el muelle opuesto.

Luego quedo solo a bordo casi sin poder creer que soy propietario de tanta belleza; me siento en la camareta y dejo vagar la vista por el espacio —de ahora en adelante mi hogar que la madera hace cálido y acogedor. Me paseo por cubierta, dichoso de poseer tan hermoso barco.

 

Los dos siguientes días son como si estuviera en una nube, miro y remiro el barco y sus rincones descubriendo su contenido y sus secretos. Me admira la inteligencia del diseño y la comodidad de la cubierta. Confecciono sendas listas de los trabajos a efectuar, de los materiales y herramientas que preciso y del equipo suplementario que tendré que adquirir.

 

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